La vida de un adulto y la de un niño no son tan diferentes como en ocasiones parece. El adulto acude cada día a su trabajo y por supuesto, cualquier trabajador nota mucho el cambio al final del verano cuando tiene que incorporarse nuevamente a la rutina laboral. Los niños en el mismo plano, también acuden al colegio cada día y notan los cambios en relación con el modelo de vida que han llevado en verano. Por ello, el síndrome postvacacional se convierte en uno de los grandes enemigos del mes de septiembre. Un enemigo que conviene combatir con mucho sentido del humor, paciencia y fuerza de voluntad. ¿Cómo lograr este objetivo?
1. En primer lugar, son los padres quienes tienen que ayudar a sus hijos a superarlo.
2. En segundo lugar, los adultos como tales, son conscientes de qué les sucede, por ello, también son un apoyo para sus hijos que se sienten más desorientados en medio de la incertidumbre que sienten en el nuevo curso.
3. El síndrome postvacacional solo se supera a base de afrontarlo y de hacerle frente. Es decir, hay que vivirlo. De una forma natural, paulatina y progresiva, la mente y el cuerpo se acostumbran a los nuevos hábitos propios del otoño.
4. Los padres no tienen que reaccionar con escepticismo cuando el niño dice que le duele la tripa. Él siente esta molestia precisamente por los nervios que sufre. Para el niño, es un cambio importante tener una nueva clase, otros compañeros de colegio, nuevos profesores…
El síndrome postvacacional no afecta a todo el mundo, por ello, conviene no hacer de él una norma universal y general. Cada persona es única e irrepetible, por ello, reacciona de forma diferente ante un mismo hecho.Por otra parte, tampoco es una molestia que implique ningún tipo de gravedad por ello, los padres tienen que responder con calma ante ella tanto cuando la viven en primera persona como cuando el afectado es el niño.
El mes de septiembre es un mes muy bonito también para disfrutar en familia de las últimas tardes de sol.